El Ruiz de Lopera (o Benito Villaramarín, como ustedes prefieran) se convirtió ayer en un manojo de nervios y, posteriormente, en un mar de lágrimas. Era el partido clave de la temporada, todo el trabajo de un año echado por tierra si no se ganaba. Las circunstancias invitaban a los béticos a ser optimistas: jugaban en casa, en un estadio repleto y con todos sus jugadores disponibles.
La tarde empezó muy bien para el Betis, el Madrid marcaba en Pamplona, el Sporting perdía con el Recreativo y el Getafe hacía lo propio en Santander. Además, los sevillanos protagonizaron un gran arranque y gozaron de varias oportunidades claras como para haber logrado al menos un gol. Pero el destino tenía guardado un durísimo desenlace. A medida que fue avanzando la jornada, los resultados se tornaban en nefastos para los intereses hispalenses y, lo peor de todo, el Valladolid hacía el 0-1 en el marcador justo antes del descanso.
La segunda parte comenzó con el gol de Oliveira que servía para aliviar tensiones en la grada, incluso se pudieron ver las primeras lágrimas de alegría al poder sacar toda la rabia acumulada. Pero esto sólo duro 10 minutos, los que tardaron Osasuna y Sporting en ponerse de acuerdo para marcar casi a la vez los goles que, a la postre, les darían la victoria. La gente lo sabía, los jugadores, a tenor de los nervios que mostraron, también. El tiempo se agotaba, el final estaba cada vez más cerca y la desesperación aparecía. Nadie quería creer que, tras estar los últimos años en situaciones similares, este sí que iba a ser el año del descenso. Hasta el minuto 90, el partido fue un quiero y no puedo del Betis, aunque todo podría haber cambiado si, tres minutos antes del final, Sergio Asenjo no hubiera hecho un paradón al remate de cabeza de Oliveira.
El pitido final llegó, Nunca un sonido de un silbato había sido tan desagradable. Los jugadores se quedaron tirados en el césped y el drama se desató entre los aficionados verdiblancos. Numerosas escenas de niños, jóvenes y ancianos llorando sin consuelo posible. Es lo que pasa cuando el equipo al que quieres, tu equipo, pierde la categoría. Unos jugadores se irán y otros llegarán, pero los socios son siempre los mismos, esos no cambian de club porque son quienes realmente lo sienten. Ellos son los que sufren y lloran en estos momentos. Quizás dentro de un año se saquen la espina y estén también llorando, pero esta vez de alegría.
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